Toonëë, el manantial femenino
Narradores: Efraín Higinio Anacleto, 45 años y Aureola Domínguez Marcos, 22 años.
Hoy en día nos preguntamos ¿por qué el manantial de Alotepec que se ubica al norte de la comunidad recibe el nombre toonëë, manantial femenino? Esta respuesta sólo la encontramos en la antigua narración que cuentan los mayores:
Cuentan que hace mucho en esta comunidad vivía una familia. Esta familia tenía una hija y esta hija siempre acompañaba a su madre a traer leña, en ocasiones a lavar ropa en un manantial que se encuentra cerca de la comunidad, se dice que el manantial contaba con una piedra que servía como lavadero. La muchacha iba sola de vez en cuando, a bañarse y lavar ropa al manantial, pero en el agua siempre veía un porta ropa en forma de petate muy bonito con fulgores de luces multicolores, y se lo comentaba a su mamá, pero ésta contestaba nada más:
-No vaya a ser un fantasma que te engañe.
Pasaron días y meses, hasta que en una ocasión fue la muchacha sola a lavar ropa al manantial, sin embargo, la curiosidad invadía su interior por conocer los fulgores que nacían del agua, sucede pues que la muchacha colocó la ropa en el porta ropa y no se dio cuenta de que era una culebra en forma de petate que se extendía para enrollar a sus víctimas, por desgracia, la muchacha quedó atrapada y llevada hasta el fondo del manantial y no volvió a su casa.
Sus padres empezaron a preocuparse porque ya no regresaba. Esa misma tarde la buscaron por todas partes, entonces se dirigieron al lugar de costumbre al que siempre iba a lavar ropa. La cubeta y la ropa permanecían en el suelo, sin embargo, cuando vieron el agua había cambiado de color, entre rojo y lodo, parecía enaceitado. A razón de ello, hoy en día el agua del manantial aparenta color rojo y enaceitado, por esta razón llamaron toonëë que en verdad es to’oxynyëë “manantial femenino”, en ella habitaba te’ekytsya’any “culebra petate”, porque ahí arrastró la culebra a la muchacha.
Al paso de los años, la hija regresó a la casa de sus padres de un modo inesperado, lo cual dejó en asombros a los dos, su madre se regocijaba porque había vuelto a casa su única hija y le preguntaba dónde había estado y por qué se había ido sin avisar. La hija respondió:
-He estado muy bien, porque mi marido nos cuida, aquí vengo con mis hijos para que los conozcas nomás que hoy se encuentran dormidos.
-¿Y quién es tu marido?, preguntó la madre.
-Es que hoy no vino conmigo porque se quedó trabajando, pero vine a visitarlos, además les encargo que preparen un cofre porque les vamos a dar dinero.
La mujer traía a sus hijos encerrados en una canasta, y le dijo a su madre que se quedara al cuidado de sus nietos mientras ella iba a lavar ropa. Pero con la condición de que no abriera la canasta. De esta manera, la abuelita aceptó la encomienda y su hija salió a lavar la ropa, sin embargo, tenía curiosidad y, ansiosa de conocer a sus nietos, la tentación le ganó y destapó la canasta, grande fue la sorpresa porque de la canasta salieron culebras pequeñas que se dispersaron y cada cual tomó su rumbo, en ese mismo instante llegó su hija y, viendo la inobediencia de su madre, la reprendió:
-Qué es lo que has hecho, si bien te dije que no destaparas la canasta y ahora hiciste que mis hijos se fueran.
Su hija se indignó mucho, así que ya no le dio el dinero que le había prometido, a razón de ello se fue y no volvió nunca más.
Dicen que debido a que se salieron las culebras pequeñas de la canasta, es decir, los hijos de la mujer y te’ekytsya’any, encontramos culebras en los montes, en cambio, si la madre de la mujer no hubiese destapado la canasta, no existirían las culebras.
Tomado de “La reconfiguración de la narrativa ancestral y su preservación en la memoria” colectiva de Alotepec, Mixe, Oaxaca de Gilberto Ventura Ortiz 2021.